Lo reconozco, pensaba que era sólo el lugar. Y tal vez lo sigue siendo, pero lo cierto es que ahora sería incapaz de disociarlo de la gente que tengo ahí.

Lo reconozco, también pensaba que era lo suficientemente independiente como para disfrutar de lugares conmigo como única compañía. Y me equivoqué tanto que, ahora, más que maldecir esa idea que tuve, agradezco haber llegado hasta la visión actual del asunto.

Las personas crecemos y aprendemos, y así como a veces creemos ser capaces de olvidar a quien queremos, la verdad es que necesitamos querer a alguien que esté dispuesto a no olvidarnos. Eso nos da seguridad y nos regala un sentimiento de pertenencia y aceptación que nos mantiene vivos social y emocionalmente.

Dan igual los caprichos meteorológicos, o que todos los factores para un buen encuentro caigan como las hojas de los árboles en diciembre: previsibles pero, a la vez, sin avisar… Sabes que habrá lugares y personas en ellos que te cambiarán el ánimo, te ayudarán a olvidar o que, simplemente, te recordarán que no estás solo en medio de ríos de gente chocándose sin querer mientras inmortalizan edificios modernistas. Las risas y las conversaciones distendidas son lo único que escuchamos entre gritos, sirenas y frenazos de coches que, a día de hoy, todavía se empeñan en volar por las rotondas eternas como lo hacen las palomas en la plaza.

Hay lugares que, juntando todas las circunstancias posibles, son perfectos si tienes a tu lado a quienes le dan un sentido más allá de la simple compañía, porque son algo más. Son lugares con alma.

© Natalia F. A.