Cuando vemos a alguien por primera vez, al minuto creemos saber si va a ser compatible con nosotros. Humor, personalidad, carácter, gustos… Especulaciones varias que aumentan cuando, sin saber demasiado bien por qué, notamos que esa persona es distinta a todas las que conocemos hasta el momento.
Las ganas de saber cada vez más sobre alguien son directamente proporcionales a la ilusión de poder tener –y mantener– cerca, posiblemente, a quien nos enseñe otra manera de ver el mundo y de afrontar las situaciones de la vida; a disfrutar partiendo de lo más insignificante. A menudo somos rutinarios sin saberlo. Vivimos encerrados en el día a día y, por eso, la novedad nos atrae. Atrae hasta el punto de idealizar a quien no conocemos y a arriesgarnos a tomar decisiones sin ni siquiera pensar en las posteriores consecuencias.
Tornarnos vulnerables ante aparentes desconocidos nos hace fuertes. Como si fuese necesario compartir nuestras preocupaciones con el extraño de turno, lo cierto es que hoy en día la intimidad está perdiendo valor. No la intimidad corporal; al final, el cuerpo es casi lo único que nos hace semejantes. La intimidad más absoluta es aquella de la que nadie –más allá de nosotros– tiene constancia. Es lo que nos da miedo, vergüenza o apuro contar. A pesar de quien nos pregunte, casi es lo único que nos queda.
Pero entre nuestro tema tabú más absoluto y nuestra rutina por todos conocida hay un término medio. Esa información que seleccionamos con cuidado y dejamos caer a personas muy determinadas. Posiblemente, la decisión de elegir ‘a quién sí’ y ‘a quién no’ sea de las más complicadas y arriesgadas que debamos tomar. Y tenemos que hacerlo, no por el mero hecho de tener algo con qué entretener a alguien durante un rato… sino por la necesidad de establecer relaciones de confianza.
El proceso de elección de ‘personas merecedoras de confianza’ es complejo, pero a la vez de lo más sencillo. Depende de nuestro momento actual y de nuestras necesidades tanto sociales como emocionales. De hecho, pocas veces prejuzgamos menos que cuando, de repente y sin quererlo, estamos seguros de haber encontrado a quien nos complementa, nos hace replantear incluso nuestra manera de ser y, sobre todo, nos hace crecer y ser mejores personas. Y no hay que tener dudas, porque tal vez en el futuro las cosas dejarán de funcionar, nunca lo sabemos… pero mientras tanto, debemos disfrutar cada día y, si llega ese momento, no olvidar nunca que un día lo tuvimos claro y fuimos felices siendo nosotros mismos.
© Texto y foto: Natalia F.