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«Debemos aprender a lidiar con las personas que no nos aportan nada más que la seguridad de no querer ser como ellas»

Hoy por hoy, puedo decir que he tenido la suficiente suerte ─si se puede definir así─ de no haberme topado con personas que hayan desestabilizado mi día a día de manera excesivamente negativa. A medida que he ido creciendo, he compartido momentos con gente imprescindible, esa que todos merecemos tener cerca.

Quien no confía en cualquiera, arriesga. Inevitablemente. Y confía en alguien. Y cuando sale bien… es maravilloso. Notamos que hemos tomado las decisiones correctas y que, por fin, tenemos a alguien más a quien sumar a nuestra corta lista de personas confiables. Porque hay personas que hacen nuestra vida más bonita simplemente porque están en ella. Esta es una de esas frases que te inspiran poquísimas ‘suertes’ que, aunque algún día se alejen de tu vida, sabes que permanecerán en ella, pase lo que pase. Si no fuese tan larga, me la tatuaría en el brazo como buena chica orgullosa –a veces– de lo que crea literariamente. Si no me diesen pánico las agujas, también.

De manera opuesta, también debemos aprender a lidiar con las personas que no nos aportan nada más que la seguridad de no querer ser como ellas. Cada desilusión, cada desplante, cada comentario o hecho a tus espaldas del que tenemos constancia… nos hace más fuertes. Sí, más fuertes. Todo depende de cómo nos lo tomemos. En mi caso, cada una de esas cosas me ha hecho ser más consciente, también, del tipo de individuos que no quiero a mi lado.

Son como losas que no nos dejan avanzar en nuestro propósito, ya sea vital o profesional. En la vida creo que hay que ser ambicioso; retarse a uno mismo, ponerse a prueba y tratar de ser mejor cada día. Pero siempre habrá quien, frustrado por sus propios fracasos, hará todo lo posible por conseguir que los demás también acaben en lo más bajo.

Están quienes nos desean el mal, y lo sabemos porque así nos lo hacen ver. Esos son los que aprendemos a esquivar primero, porque los vemos venir ya de lejos. Después están los del halago colectivo fácil. Los que necesitan ser fans de cuanto más, mejor, y ser amigos de cuantas más personas, mejor. Esos –cuidado– son los que, cuando queremos darnos cuenta, ya es tarde: los tenemos pegados en la cara. Un consejo para reconocerlos, desde mi experiencia, sería fijarse en qué dicen de otra gente cuando no la tienen delante. No puedes creer que tienes la amistad verdadera y eterna de alguien si nunca nadie te ha dicho cómo le ha hablado esa persona de ti cuando no estabas delante.

Los intereses juegan un papel enorme para quien se dedica a halagar por gusto y porque sí. Si no hay interés, no hay interés. No, no es una redundancia. Si no hay algo que puedan conseguir de ti, simplemente no te buscarán. Cuando lo haya, abre el paraguas; la falsedad es como la lluvia cayendo en picado una noche de julio: hace sentir bien, pero sólo durante un suspiro.

Cuando conocemos a alguien, debemos estar preparados para recibir críticas, pero lo primero que solemos recibir son halagos… y hay que observarlos detenidamente; sobre todo, averiguar si son sinceros o por puro interés. En este aspecto, las redes sociales ayudan y son incómodas al mismo tiempo. Es mágico poder ‘conocer’ a gente de otra ciudad o incluso de otro país, pero lo incómodo a menudo no se ve. De hecho, es la vía de escape de los que hablan por hablar y son ‘amigos’ de quien les interesa, dependiendo de la dirección en la que sople el viento –y de cómo vayan peinados ese día–.

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© Bansky | MOCO Museum, Amsterdam

Fijarse en las redes sociales de quien sospechosamente siempre tiene buenas palabras para todo puede dar una idea de qué sinceridad tienen los halagos que brinda, sobre todo si es, en gran medida, alguien de quien sólo tenemos constancia a través de Internet. Al final, en su reacción eventual hacia el éxito ajeno florece una personalidad que, muy posiblemente, sea débil y vaya por el mismo camino que el de la masa.

 

La necesidad de sentirse aceptado en un colectivo, ya sea un equipo deportivo, un grupo de carácter social u online, como de WhatsApp o de cualquier otra red, en ocasiones lleva a adoptar comportamientos inexplicables y fuera de lugar. Todo, porque hoy en día todavía hay una falta considerable de lógica y de personalidad consistente. Pensar una cosa y públicamente decir otra no responde a nada más que a querer agradar a todo el mundo por igual.

Muchos usan el halago con algunas personas de manera interesada mientras que, a sus espaldas, esparcen comentarios faltos de cualquier respeto básico. En este y otros casos, tres no son multitud sino que son necesarios. Porque demostrar tu aprecio a alguien también es no dudar ni un minuto en informarle de las ‘puñaladas’ que pueda estar recibiendo sin saberlo.

A partir de ahí, cuando de repente un día somos conscientes de la doble personalidad de algunos hacia nosotros, de sus ganas de vernos fracasar a la vez que nos hacen creer que nos aprecian a más no poder, sólo nos queda una cosa, y es tratarlos como lo que son: irrelevantes.

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Texto íntegro: Natalia F.

Fotografías: Natalia F. | © Bansky – MOCO Museum, Amsterdam (2017)