Cuando sentimos que la tecnología nos atrapa y la sobreinformación nos ahoga, aparece algo que nos permite respirar por un momento. Es curioso como, para «desconectar», uno de los consejos que se suelen dar es el de hacer trabajos manuales para focalizar la atención y, a la vez, relajarnos. El regreso al origen de todo, cuando en lo que se hacía quedaba para siempre una parte del autor.
Unos días antes de Semana Santa he pasado una hora y media en la fábrica de la única cerería artesana de Baleares: La Real. Lo que me llevo, a parte de la historia personal de quienes trabajan ahí y de haber aprendido cómo es el oficio, es paz y una manera de hacer las cosas totalmente antagónica a la que predomina hoy en día.
Cuando algo te viene de familia es difícil renunciar a ello porque forma parte de tu vida. Así lo siente Guiem, el responsable de la empresa y quien, curiosamente, es conductor de camiones por las mañanas. Le acompaña su cuñado Nico, que con cautela empieza a sumergir las primeras mechas en la cera caliente.
La cerería tiene la tienda física del Crist de la Sang, en la plaza de l’Hospital número 2 de Palma, y esa es su principal fuente de ingresos, aunque no la única. Ahí acuden los creyentes durante todo el año, los penitentes de cara a las procesiones de Semana Santa… pero también la Seu y algunas iglesias que compran los cirios pascuales, esos más grandes que se reservan para ocasiones especiales como bodas y bautizos.
Guiem hace más de 30 años que trabaja en la cerería, pero cuando le pregunto por un momento difícil recuerda uno muy concreto: «Cuando destrozaron el Crist de la Sang fue muy complicado; las ventas bajaron mucho porque el Cristo no estaba ahí, la gente no iba y nos planteamos qué hacer, pero al final lo salvamos».
Este tema me llevaba al próximo que me interesaba: el del marketing. Es posible vivir del boca a boca infinito. Para los más jóvenes puede parecer increíble, pero es cierto. Y ¿cómo se da a conocer una empresa artesanal que, por cierto, no cuenta con redes sociales ni con página web?
«Hoy en día nos conocen más gracias a las entrevistas que nos hacen en la televisión o en periódicos, pero solo eso. Antes, hace 40 años, la gente y las iglesias nos conocían por el boca a boca. Nunca hemos hecho propaganda».
Como es lógico, toda evolución conlleva modernidad y creación, pero también, inevitablemente, obsolescencia y desaparición. La empresa se fundó en 1899 y, a medida que iban apareciendo nuevos tipos de cirios y velas y se modernizaba su fabricación, el resto de cererías artesanas de Mallorca fueron cerrando hasta ahora, que solo queda La Real.
Cirios en molde, por inmersión, de cera líquida y de LED
A simple vista, para quien no tenga idea del mundillo, todas las velas son iguales; una mecha, cera y listo, pero hay cuatro tipos que hoy en día son los más comunes en cuanto a fabricación. En los cirios en molde, se llena un molde de cera junto con las mechas y, al secarse la cera, se saca. Simple, pero poco productivo a la hora de hacer bastantes unidades.
En la fabricación de cirios por inmersión (conocida en Mallorca como proceso en noc*), se atan las mechas formadas por hilos de algodón (blens) –por arriba y por abajo para que queden con tensión– a unas planchas de hierro que cuelgan de una rueda elevada que cuenta con diferentes brazos y se sumergen en cera con parafina caliente (ver fotos). Al sacarlas e ir dando vueltas a la rueda para sumergir las de cada lado se van secando y, a la siguiente vez que se sumergen, la cera ya seca se vuelve a impregnar. Al hacer el proceso durante un tiempo, cada vez coge más grosor, y así se sigue hasta conseguir el deseado. Finalmente, cuando ya pueden mantenerse rígidos, se cortan los cirios para separarlos de las planchas y seguir haciéndolos gruesos o, si no, terminar el proceso.
* El término noc viene del latín y significa «objeto en forma de barca». Es la cavidad, en este caso, que se llena de la cera líquida con la que se trabaja.
Hoy por hoy, los dos tipos de cirios y velas más comunes son los de cera líquida y los de luces de LED; estos últimos, conocidos por todos. Las velas cilíndricas que se pueden encender y que no se apagan, ya que dentro llevan como un aceite, son las de cera líquida. Por otra parte, los cirios industriales, que en apariencia son muy parecidos a los artesanales, en la práctica se distinguen de los primeros porque se consumen en muy poco tiempo. «Un cirio artesanal puede durar hasta dos procesiones completas porque la cera se derrite con mucha lentitud», comenta Guiem.
¿Hay lugar para la innovación, en un oficio puramente artesanal?
«Prácticamente todo se hace igual que cuando empezamos. Una vez hicimos un cirio de más de un metro y medio de alto y 40 centímetros de ancho para poner en un candelabro gigante, una obra para una galería de arte». Aceptan encargos de diferente índole, como bodas, celebraciones de empresas, etc., y suponen un reto para ellos, cosa que agradecen.
Volviendo a la cuestión religiosa, el ir a dejar un ciri a la Sang es muy común. Se va a la iglesia, se deja en el cremador y… ¿qué pasa cuando se ha consumido? Pues que ellos van, retiran toda la cera y correcto: la reutilizan. «Somos muy ecológicos, no tiramos nada», me dice riendo Guiem. «La cera que recogemos de la iglesia, al haber quemado allí dentro, ya es cera santa, así que podemos decir que nuestras velas, muchas, están hechas con esa cera».
Hoy en día fabrican atxes (los cirios de forma más cuadrada) para los penitentes que salen en procesión y para las cofradías; son unas 300, versus las 3.000 de hace 10 años. «La gente empezó a quererlas de colores que pegasen con la capa, y aquí nosotros solo tenemos un noc. En las cererías de la Península tienen de mucha variedad y hacen lo que quieren».
«No hay mucho que contar», me decía por teléfono cuando le propuse la entrevista, pero lo cierto es que me fui de allí con la sensación de haber conocido los entresijos y las curiosidades más que interesantes de un oficio que sobrevive gracias a unos clientes fieles, lo sean eclesiásticamente hablando… o no.
Agradecimientos a Guiem Ramos y a Nico por su predisposición y su paciencia.
Texto y fotos: Natalia Fuster ©